domingo, 29 de enero de 2017

Breves reflexiones sobre la obra poética de Juan Cruz López

Cuando uno se enfrenta a escribir sobre alguien, no dudo de que es posible que hable sólo de lo que de forma parcial es capaz de ver. Incluso es posible que, en buena medida, al hacer eso y por mero defecto, termine hablando de sí mismo. No sé si me explico, o si me entienden, pero supongo que eso da igual.
El caso es que a partir de El nombre de los hombres, publicado por Baile del Sol. He leído y he revisitado la poesía de Juan Cruz López con asiduidad. Una poesía limpia, múltiple, desprovista de mucho artefacto ornamental, pero que nada más ser leída, pareciera haber sido rumiada durante toda una vida. Siendo que pareciera también, al menos para mí, que su obra hubiera adquirido pleno sentido a partir de esa lectura. No queriendo esto decir que su obra sea reducible a esta visión, mi visión de su obra.
Pero si uno lee también Atlas de una juventud en fuga, existen ciertas cartografías poéticas comunes entre ambas obras. Continuidades aunque también rupturas. Incluso me atrevería a decir que «El nombre de los hombres», viene a ser como una cosmogonía poética en la que se recogen buena parte de los temas y subtemas que han recorrido su obra.
Una obra minuciosa, hercúlea, una batalla constante consigo mismo, que se deja sentir en la lectura, y en la que fluye una tensión constante entre lo trascendente o lo inmanente, vistos desde el lado más complicado: el de la cotidianidad. Versos siempre como enfermos de puro cansancio existencial, pero también repletos de una lucidez vital que termina por empaparte. Líneas que siempre encuentran sobre sí mismas, la manera de escapar hacia adelante, de realizar en ese afuera más absoluto, que es la blancura del papel, una doblez sobre sí mismos para no caer o resbalar en la temida nada, en el vacío más absoluto, en el puro abandono. Una lucha sin cuartel pero sin euforias. Camino a camino, día a día, palabra a palabra, para ser capaz de con el ímpetu de los hombres pero también con su mesura, ser capaz de forjar y hallar su propio nombre. Un nombre que no sepa a mucho ni a poco, que se reconozca no sólo en su rostro. Y que en mitad del conflicto advierta que no estamos solos y que desde ahí, quién sabe.
La obra de Juan Cruz López suena al silencio que deja tras de sí la música. Es una voz poética propia de una naturaleza tan viva, tan robusta, tan fuerte, que siempre es recomendable revisitarla, porque no se agota, ni perece, ni caduca.
Pero estas son mis palabras, mejor acudan a su obra.

Antonio Palacios

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