jueves, 7 de junio de 2012

Una tarde reciente cualquiera


Una tarde reciente cualquiera. Al preparar mi merienda. Descubrí que la tapa del envase de cacao soluble que utilizo. Había cambiado.

Al principio, me costó lograr abrirlo. Pero lo cierto es que nada parece indicar que sea más hermética, duradera o frágil. La cuestión del cambio, en apariencia. Parece ser estética.

Lo cual me hizo pensar en lo vacíos que pueden resultar, por si mismos, conceptos como “innovación”, “investigación” o “desarrollo”. Y en el uso tan habitual que se hace de los mismos, casi siempre relacionados por contagio o asociación, a priori. De un modo un tanto sospechoso.

Pues casi siempre se suele hablar de ellos en términos unidimensionales y unidireccionales. En una falsa noción de avance lineal constante. Obviando otras posibles formas.

Como si por el mero hecho de utilizarlos, todos supiéramos bien a qué se refieren. Y como no, estuvieran asociados siempre de unos significados cargados de connotaciones, sólo repletas de tantas supuestas “bondades”. Tan recurrentes, por otra parte, en el imaginario colectivo de una manera a priori. Tantas veces repetidas y reproducidas.

Siendo que raras veces los elementos, principios, valores o contenidos de los que se parte, se hacen explícitos. Explicados en contenido y forma.

También pienso en la extensa colección de términos o conceptos con los que suele suceder lo mismo. Aunque no entraré en detalles. Algunos asociados. Por ejemplo, progreso.

La cuestión, es que para la nueva tapa del envase del cacao soluble de mi merienda. Ha existido investigación, innovación y se suele pensar que esto lleva siempre al desarrollo.

Aunque quizás lo importante, pero también más olvidado, sean los criterios, valores o principios, que han conducido esa innovación. Es decir, desde que presupuestos se ha guiado la investigación.

No parece que la nueva tapa, conforme un envase más sostenible de forma económica, ambiental, ni social. Tampoco que conlleve un abaratamiento de costes para el cliente. Ampliando así su campo de demanda. Tal vez sea más barato producirla. O no. Pero supongo que esa innovación supone unos costes. Pueden ser mínimos. De acuerdo.

Aunque si dicha innovación, no repercute en la calidad del producto, su abaratamiento, su sostenibilidad ecológica, económica o social. Bien podría comenzar a pensarse, que el único criterio de la planificación de la investigación, para la innovación, ha sido el aumentar la demanda. Tal vez haciendo el producto más atractivo. Por lo que ese único criterio, posible entre tantos otros, y no excluyentes entre si, guiaría todo ese complejo proceso llamado “investigación” y “desarrollo”.

Entendiendo que existen muchos criterios que pueden guiar la investigación. Y que no tienen por qué ser antitéticos.

Tal vez deberíamos (re)pensar lo que llamamos investigación, innovación y desarrollo.

Ya que si no aportan condiciones favorables de sostenibilidad ecológica, mejora en la calidad del producto, mejora en la accesibilidad de su compra, creación de empleo directo o indirecto no precario. ¿Es posible seguir teniendo una connotación tan positiva de estos conceptos? ¿Sustentada en qué? Si tan sólo resultan unos conjuntos de prácticas culturales mal adaptantes. Que empeoran las condiciones de vida de los individuos, grupos y sociedades presentes y futuras.

Expresado de otra manera. Quizás sería necesario, (re)pensar los criterios que dirigen la acción de estos conceptos. Que debieran impulsar la sostenibilidad ecológica, económica y social. La calidad de vida de los miembros y grupos de la sociedad. La ciudadanía. El desarrollo personal. El bienestar. La salud. Las condiciones óptimas y favorables de trabajo. La participación. La aportación de conocimiento. Presentes y futuros.

Valorando que criterios como la eficacia o la eficiencia, no tienen por si mismos que estar reñidos con la sostenibilidad, entendida en sentido amplio. Al igual que tampoco esta forma de hacer, tiene por si misma siempre que ser más cara.

Por lo que lo importante, sería un cambio de mentalidad. En el cual todos pudieran aportar. Y recibir los beneficios del mismo. Bajo unos nuevos criterios. Con verdaderos beneficios directos e indirectos, tangibles e intangibles, a corto, medio y largo plazo. Microeconómicos y macroeconómicos. Para el conjunto de la sociedad. Y esto no es ningún inefable imposible. Sino una posibilidad en las manos.

Ya que lo realmente importante, quizás sean las ideas. La capacidad imaginativa, de creación. De aportación. Para la mejora en un conjunto más justo, redistributivo y bien adaptante. Que no destruya modos de vida.

Siendo reseñable destacar, que la última responsabilidad de esto, recae sobre el estado. Que no es un mero gestor. Ya que a partir de su exclusiva potestad en materia legisladora. Debiera de facilitar e impulsar a través de leyes y normativas esta forma de posible desarrollo. De una forma participativa y abierta a toda la ciudadanía. Y no solamente a partir de las supuestas “buenas intenciones”, en sus prácticas, por parte de los diferentes agentes sociales. Sino desde el compromiso y obligación de derechos y obligaciones.

Y sus beneficios derivados, serían múltiples, elementales, claves y compartidos.

Aunque esto quizás significase un cambio de modelo productivo, distributivo y de consumo. Y como no, del marco de relaciones laborales y del sistema e instituciones financieras. Hacía uno que no nos conduzca a la anomia.

Decía Condominas, que lo exótico es lo cotidiano.



Flores del Parnaso

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