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Fotografía Flores del Parnaso |
Siempre caminé
cuesta arriba.
Sin esperar mucho a
cambio.
Nunca tuve ídolos.
De niño me gustaba
observar
a los demás, en el
patio, mientras jugaban.
Andar con chicos
mayores.
En la adolescencia,
implosioné,
llegaron Nietzsche,
la escritura,
la música, la
pintura, las chicas o tantas cosas.
Era chocar contra
todo.
La juventud fue una
centella,
una lluvia fugaz de
estrellas
un golpe de
consciencia
o un bólido
tratando de trazar una curva recta.
La madurez, un
descubrimiento.
La extrañeza de lo
cotidiano.
Las mil máscaras
del sujeto.
El deseo de llegar a
ser quién soy.
O superficial por
profundo,
como los antiguos
griegos.
Antonio Palacios
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